El ciego de Jericó

Autor. Hna. Ma. Estela Hernández Vergara


El ciego de Jericó. Lc 19,25


Estaba junto al camino, sentado pidiendo limosna.

El camino, lugar donde puede tener algo de distracción, al no ver, por lo menos oía y se enteraba de sucesos, acontecimientos, rumores… quizá de esta manera se había enterado de la existencia de Jesús, qué hacía, cómo obraba y a qué se dedicaba. “El camino”, también se llamó a la forma de seguir a Jesús.

El ciego era uno de tantos excluidos, tal vez no podía entrar en la ciudad porque lo criticaban. Recordemos otro ciego: “quién pecó, él o sus padres?”. Tal vez también lo consideraban impuro, siendo Jericó como un oasis quizá temería los tumultos, el desprecio de la gente, la embestida de algunos caballos de romanos, el caso es que su inseguridad le hacía por un lado permanecer fuera de la ciudad y por otro, ese sitio intermedio le garantizaba la supervivencia por la afluencia de viandantes que se llegan a Jericó a vender o comprar sus productos. El pedía limosna. Le darían fruta seca, quizá, algún pedazo de pan, agua y alguna túnica vieja o manta. No precisamente recibiría siempre dinero.
Un ciego tiene muy desarrollado su sentido del oído y su tacto, así que fue para él fácil percibir la aproximación de la gente y por eso preguntó de qué se trataba. Fue valiente para hacer eso, arriesgó no su salud, sino toda su vida ya que estaba en desventaja, al no ver, podrían derribarlo a tierra de un empujón.

Lo reprendían… quiere decir que les molestaban sus gritos, quizá su inoportunidad, pensarían que no debía molestar a Jesús, pero él con más fuerza seguía gritando. Implora: “¡Ten compasión de mí!”. Si algunos contemporáneos le dijeron a Jesús que no sabían de su procedencia, este ciego sí la proclama, le llama Hijo de David, no sólo le atribuye una ascendencia, sino que ésta es de la realeza y no de cualquier rey, sino del máximo exponente en Israel.
El Evangelio señala sólo 2 aclamaciones que bastaron para que Jesús percibiera, se percatara, interesara, mandara por él, se detuviera a esperarlo…por supuesto que Jesús qué podía esperar o qué podía darle el pobre ciego? Jesús se detuvo no por un interés o beneficio que él pudiera recibir, sino para escuchar el clamor y directamente interrogar al ciego qué quería: “¿Qué puedo hacer por ti?, Qué quieres que haga?”. Jesús se pone al servicio, se dispone como siervo, está para lo que el otro mande, sin cortapisas, sin condiciones, sin esperar nada a cambio. Presta atención solícita, quiere remediar o curar la enfermedad, se conmueve ante la discapacidad de gozar de la vida en plenitud. Quizá vio con ternura, comprensión, angustia al ciego, se puso en sus huaraches, pensó todo lo que se perdía de bello al no ver, los paisajes, colores, rostros, animales, vegetales, minerales, el templo, su esplendor, la belleza de las mujeres del pueblo… y actuó: “Recupérala. Tu fe te ha salvado”. El ciego al instante recuperó la vista y lo siguió. Me imagino que lleno de alegría: “alabando y bendiciendo a Dios”. Jesús participó de esa alegría. Se sonrió, le ha de haber hecho alguna que otra broma al ciego por el camino. Platicaron que ahora ya veía y como veía el bien, también podría ver el mal, pero valía la pena ver.

En nuestras vidas ¿qué hemos visto con ese don recibido de los ojos?

Yo he visto el rostro de mis padres, de mis 12 hermanos, cada uno con su familia; he podido conocer sus hijos, sus nietos y los gozo. Cuánto paisaje de mi infancia vivida en mi entrañable tierra pude ver…los ríos caudalosos repletos de alimento, parajes escondidos donde el río es un murmullo, o sus aguas como lagos, remansos ocultos que te dan fronda refrescante. Bruñidas peñas desafiando el ímpetu de las corrientes en tiempo de lluvia; ebullición de vida vegetal y animal. Atardeceres de fuego que tiñen las nubes del cielo y por la noche, estrellas titilantes que cuelgan en un toldo azul-negro, tan bajitas, a punto de cortarlas con la mano. Majestuosos árboles centenarios, que prodigan descanso y suave brisa no sólo al cuerpo sino también al alma…entrañas descubiertas de la Sierra Madre del Sur, canteras de polícromos colores, raíces de los árboles asidas a las peñas… cascadas naturales altísimas, nacientes ríos que dan a todos vida.

Rebozos, sombreros, hamacas… llevo tatuados en mi recuerdo imborrable de la infancia… mujeres del campo, con altivez de imperio, llevando sobre sus cabezas en jícaras michoacanas, rebanadas de papaya, sandía o quesos frescos artísticamente distribuidos sobre hojas de almendro o de cueramo… bullicio, algarabía en el mercado, que ofrece infinita variedad de frutas exóticas y el preciado metal trabajado con arte para que luzca su gente, aretes de filigrana, collares y esclavas que no pueden faltar en el atuendo de una terracalentana.

 Y como el ciego de Jericó, he visto también el mal: la pobreza de mi pueblo, sus penas y angustias, el olvido e injusticias de gobiernos. Grabados en mi memoria llevo los pies agrietados de humildes campesinos, de niños trabajados. He visto hileras de féretros cargados, productos de venganzas, de odio acumulado. Las lágrimas rodando de ojos de una esposa a quien por injusticia y violencia a su esposo han matado…

Pero aún así, gracias Señor, es mejor ver. ¡cuántas cosas he visto y cuán hermosas! Te vivo agradecida por los ojos que me diste, maravillosas cámaras fotográficas que me ponen en contacto con el mundo. Haz que vea, no sólo con los ojos del cuerpo, sino también con los ojos del alma, el sufrimiento de mi gente y que pueda hacer algo por ella para que pronto venga la paz a esa tierra Caliente y no sea mi raza una más de las excluidas de este mundo.

Hna. Ma. Estela Hernández Vergara. 06/2/12

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